Hablar de lo que no se sabe, o saber de lo que no se habla.
Lo hemos hecho desde el comienzo de los tiempos. Hablar de lo que no sabemos. Las estrellas del cielo, el arco iris, los fenómenos naturales, el más allá y los efectos psicoactivos de algunos elementos naturales. Vale la pena preguntarnos cual de estas dos tendencias domina nuestras mentes hoy y por qué. Querer hablar de lo que no se sabe o querer saber de lo que no se habla.
En tiempos de coronavirus sin duda se habla más de lo que no se sabe. Para muestra un botón (este servidor). El presidente de un país no sabe mucho más que usted en este caso, no en tiempos en que la información es abundante y gratuita. Tampoco el alcalde ni los economistas encargados de planear estrategias saben mucho más sobre cómo protegernos del enemigo invisible, como le llama Donald Trump. Ni la organización mundial de la salud logra ponerse de acuerdo dentro de sí misma sobre algo tan elemental como el uso de máscaras. Si es un enemigo o un amigo invisible, todo depende de quien sea usted y en donde tenga sus inversiones. La confusión ha sido viral.
Por el lado de la ciencia, los científicos intentan rápidamente recolectar datos y sacar conclusiones, lo cual toma tiempo. Sin tiempo, tan solo pueden especular, pues los datos registrados son muy pocos. Y los profesionales de la salud hacen lo que pueden. Reaccionar a lo que tengan en frente y si al final de su labor deben imprimir en su reporte que trataron un caso más de covid-19 como está sucediendo, pues eso es lo que harán. Para esos individuos, solo agradecimiento.
Poco se habla de los incentivos económicos que reciben los hospitales en Estados Unidos por cada paciente diagnosticado con la enfermedad covid-19, y por cada ventilador puesto en marcha. Entre más casos, mejor para el hospital en términos económicos. Así lo confirma públicamente USAToday, aunque no van más allá de una nota corta al respecto constatando lo que había comenzado como un rumor conspiratorio y que resultó ser cierto. Y como es natural muy pocos sabían de lo que no se estaba hablando. Es más importante enfocarnos en que Trump habló de desinfectantes, y que su contendiente para las elecciones de noviembre, Joe Biden, ya tiene su propia acusación por abuso sexual. Esto último convertido ahora no en un escándalo fulminante que acabaría cualquier aspiración presidencial o de poder, sino al contrario parece ya un requisito para llegar al poder mismo. Tener su propio escándalo sexual. Sexo y Trump. Nada elevará mas los raitings.
Son más preguntas que respuestas las que existen en este momento, en todas partes y a todos los niveles. En Colombia como en otros países el panorama parece realmente salido de un cuento de Italo Calvino o Borges. Un laberinto de ideas flotando sobre caminos de concreto desolados. Bogotá de repente es la ciudad de las máscaras en donde unos días salen las mujeres y otros días los hombres. Donde se envían mercados a los más pobres mientras se les indica que deben tomar casa por cárcel por el bien de todos. Mercados que reciben con aplausos! (y ¿cómo no?). Pero sigue siendo casa por cárcel para un país de más de 40 millones de vidas humanas, empobrecido y con 290 víctimas fatales a la fecha por causa del virus. En 2019, solamente en Colombia más de 500 personas murieron a causa de accidentes de tránsito cada mes! ¿Por qué no cerraron las vías del mundo? ¿por qué no vetaron los autos? ¿o el Alcohol? ¿o los contratistas que construyen carreteras inseguras? La respuesta a estas preguntas cae con una bofetada de pseudo-conocimiento: porque los accidentes no son contagiosos! Y uno se pregunta, ¿al fin qué? ¿Se trata de salvar vidas sin importar nada más, o no?
Por un lado una vida es una vida y por el otro los accidentes de tránsito no crecen exponencialmente. Y al ver que las muertes por el coronavirus tampoco crecen exponencialmente, uno se rasca la cabeza que ya no sabe ni para que la tiene si ninguna respuesta es discutible o cuestionable. Así que no vale cuestionar los métodos ni hacer comparaciones porque estamos salvando a los pueblos del mundo y eso es lo que importa. Y con ese escudo de moralidad, pseudo-virtud y ciencia sin datos maduros, quien gobierna no tiene límites para imponer sus ideas salvadoras. Y así se le ha pedido quedarse en casa a todos quienes tengan trabajos “no esenciales”. Y si sus trabajos son sus vidas o su razón de ser pero resultan ahora no ser esenciales, hagan la cuenta de lo que significa. ¿Esenciales para quien? se pregunta uno.
En un mundo polarizado, asustado y acorralado por el dios pantalla, la imaginación, la creatividad, la rebeldía ideológica y la libertad fundamental de asumir responsabilidad por su propia vida, se ha ido a dormir, quizás para siempre. De repente no nos queda sino confiar en que los mismos que nos llevan a la guerra, hacen mal manejo de los dineros públicos, pelean todos los días y en promedio jamás han creado algo concreto de valor, hoy, como truco mágico, sepan lo que estan haciendo. El récord no es muy bueno para entregarles toda la confianza con semejante responsabilidad, pero no hay de otra.
En los Estados Unidos las mentes más inquietas, algunas brillantes, encienden sus alarmas desde rincones oscuros a donde no llega Anderson Cooper ni mucho menos La Noche. Ellos nos recuerdan que antes de la creación de algunas leyes como la tarifa mínima por hora o la organización de los trabajadores entre otras, la tasa de desempleo entre adolescentes afroamericanos llegó a ser más baja que la de los mismos blancos! Es decir, las comunidades afroamericanas competían mejor antes de que se crearan herramientas “para el bien de todos”. Un poco más de 50 años después, en el 2018, su tasa de desempleo fue el doble de la de los blancos. Este punto nos recuerda que no siempre las intervenciones de los gobiernos en virtud del bien común son cura, incentivo o solución para una vida más digna, libre, más prospera o más equitativa. No siempre necesitamos regular, necesitamos estrategias que circulen alrededor de la igualdad de oportunidad. Tanto en los proyectos sociales, como en los de salud pública, algunas ayudas pueden tener un efecto como el de ponerle a alguien deprimido una cobija encima y apagarle la luz, en lugar de sacarlo a caminar bajo el sol.
De cualquier manera les pido que no se depriman, eso debilitaría su sistema inmune.
De estas medidas de gobierno y sus efectos, tampoco se puede hablar. ¿Cómo puede uno hablar con tanta falta de empatía por “la gente pobre que no tiene nada” y a la que el estado está sacando de la pobreza y el hambre en este momento de crisis? Habría que preguntarse primero ¿qué los hizo pobres? y ¿qué hechos y medidas específicas han generado la crisis? Un laberinto complejo del que es difícil opinar y salir bien librado.
Hemos cambiado tanto nuestras formas de vivir a lo largo de la historia que es prácticamente imposible para el ciudadano común imaginar una vida distinta a la que vive y mucho menos un mundo distinto. Muchísimo menos creer que los noticieros a veces “se equivocan”, que la medicina occidental no lo sabe todo, o que el interés de un gobierno no es el mismo interés del pueblo. Y por todo ello lo que más preocupó desde el comienzo de esta pandemia a los de mente más incisiva no era la cantidad de muertos, sino la cantidad de vida por delante de millones en un sistema en estado de coma, porque la muerte en vida es posible. Les preocupaba algo de lo que poco se nos enseña a pensar, las consecuencias de segundo, tercer y cuarto orden. Como piensa un maestro de ajedrez.
Pero de este “gambit” entre economía y salud tampoco se puede hablar. Porque entonces ha puesto usted el dinero por delante de la vida, la economía por delante de la existencia! Qué egoísmo! Qué insensatez! Qué falta de principios! Y sin embargo, tantas otras cosas a las que estamos ya bien acostumbrados y en estado anestésico, no indignan a esas mismas personas que están dispuestas a quedarse en sus casas (o más bien a dejarlo a usted en la suya) hasta que se escuche el último tosido.
No les indigna que ponemos seres humanos en prisión por millones. Muchos por cometer errores de juicio y no por delitos de lesa humanidad. Muchos por hambre, falta de oportunidad o de educación. No nos preocupan las industrias de alimentos y farmaceúticas que en micro dosis envenenan la máquina perfecta que es el cuerpo humano. No nos escandaliza entrar a cualquier tienda y ver en primera fila un centenar de opciones de bebidas azucaradas, alimentos modificados genéticamente, cigarrillos, químicos y alcohol. No nos llama la atención investigar el sistema educativo y comparar su valor real en una economía completamente nueva. No paramos a preguntar qué tipo de sociedad crea universidades que dejan a sus estudiantes en deuda por décadas enteras y muchas veces para siempre. No nos escandaliza mandar al colegio a generaciones enteras a jugar a la memoria y no al saber y al pensamiento crítico; todo para encontrarse sin herramientas de subsistencia en un mundo cada vez más duro de navegar. No les indigna ver como sistemáticamente aislamos a las poblaciones mayores, allí donde yace toda la sabiduría y fuente de reflexión. Los mismos que hoy se lleva el coronavirus sumado a otras 20 comorbilidades, entre ellas la soledad. Solo se navega fácilmente con GPS y en Uber; nadie habla de lo que ya se sabe, solamente de lo que no. Pero salir sin máscara? eso sí que es para comparendos y hasta cárcel. Eso les indigna.
Y hay de quien intente siquiera proponer cualquier caso en contra de la corriente del pensamiento mediático! este será sin duda un comunista o un nazi, hippie, paranoico; o muy débil o muy desalmado, ignorante o arrogante, desocupado o negacionista. En cualquier caso alguien que debería estar en un instituto mental. Esa no es la forma de protestar, parece decirnos el sentido común, hay que quedarse en casa, no hacer preguntas, obedecer, ahorrar, votar, rezar, pagar impuestos y repetir.
Así pues, los políticos que poco progreso aportan para la humanidad y cada vez menos por manos de la tecnología y la banca, resultan ser hoy trabajadores esenciales y tenemos que verlos a diario como héroes, con un poco más de sofisticación que un narrador de futbol pero con menos gracia, narrarnos las mil y una medidas que están tomando para arreglar lo que han destrozado ellos mismos con una sola de ellas. Cerrar el mundo mientras se impone una cura. La cual nada tendrá que ver con quedarse en casa, aclaro.
Y la gran cereza en el pastel es que todavía no sabemos como actúa el virus, cómo se contagia la gente, de dónde vino ni para dónde va. La ciencia sugiere que este virus podría pasar como uno más entre trillones que coexisten con el hombre y que simplemente seguirá su curso natural, atacando seres humanos con sistemas inmunes debilitados y en el peor de los casos siendo un factor de mortalidad más en la lista. Así que la economía mundial se abrirá como se cerró. Un poco a ciegas, un poco resignados y con un pueblo confundido, asustado, pero ahora mucho mejor domesticado. Listo para acatar la medida que sea con tal de que lo dejen volver a vivir.
No creo que la pandemia sea una pantomima gubernamental. Y en el caso mas convincente, la cualidad asimétrica del peligro que representa un virus frente al juego de mercados y números, nos obliga a inclinarnos más hacia una postura conservadora. Es natural. Pero el problema no es que “los idiotas” que cuestionan los cerramientos ignoren esa asimetría; el problema es que la asimetría asume que todo lo que se dijo sobre el virus es cierto, lo cual es muy difícil de confirmar.
Existen muchos que van más lejos que yo aquí con teorías salidas de novela de ciencia ficción conspirativas, y creo que tampoco se puede llegar allí. Pero la proclamada severidad de la pandemia y su utilización como excusa para tomar ciertas medidas socio-económicas, (y haciendo debido uso de mi derecho para hablar de lo que no sé), sí lo cuestiono y creo que es importante cuestionarlo si queremos cada vez ser mejores como sociedad.
¿Será posible cuestionar sin que nos matemos (intelectual o físicamente) los unos a los otros?
Tampoco creo que sea el tiempo para dejar de ayudar a los más necesitados. Por supuesto que hay que hacer todo lo posible para que la situación no empeore. Para muchos las consecuencias de este cierre será literalmente sufrida por el resto de sus vidas y hay que seguir buscando respuestas para esas personas.
Lo que si creo es que debe defenderse la libertad de opinión y de libre pensamiento. La libertad de cuestionar todo lo que no da en simples sumas y restas claras, sin ser abucheado o catalogado de una cosa o la otra. El gran físico Americano Richard Feynman tiene esta frase que ilustra mejor el caso: “Prefiero que existan cuestiones sin respuesta, que respuestas que no se puedan cuestionar”.
Así que quizás (y lo más probable), jamás sepamos a ciencia cierta los detalles detrás del cerramiento de la economía mundial ni de las fatalidades a causa únicamente del covid-19. Pero aún peor será aceptar cualquier respuesta sin ser cuestionada.
Quedarán los buenos recuerdos de la solidaridad de nuestros pueblos, de la inocencia de la gente, del acercamiento de las familias confinadas, del aire limpio y las aguas un poco más claras. De los momentos de reflexión sobre las preguntas más fundamentales y de un planeta en recuperación por 6 semanas o por lo que dure esta cuarentena. Y quedarán también algunas lamentables nuevas costumbres, como la desconfianza al viajar por el mundo, las vacunas obligatorias que se avecinan, la voilencia que generará el hambre, y el excesivo, aburridor, inútil y fabricado protagonismo de una clase política atolondrada, por supuesto con excepciones como en todo, pero que en general está poco menos confundida que usted y yo, y que más que cualquier cosa simboliza un obstáculo para el desarrollo de las economías, del bienestar social y de la ciencia. Y lo más triste y difícil de reparar, nos queda ahora una brecha nunca antes mayor entre los que tienen, y los que no. Y así seguiremos todos, como yo aquí, ocupados hablando de mil cosas que no sabemos, y sin saber de lo que nadie habla.