Así Te Voy A Recordar
Si comenzara por decir que fuiste el mejor papá del mundo, dirías: …tan cliché! Y tendrías razón. Déjame intentar algo distinto.
Todos los padres hacen lo que pueden. Todos tienen un destino propio. En silencio sabemos que todos son especiales para sus hijos aún en las condiciones más inimaginables; una conexión que casi siempre es de ida y vuelta. La paternidad no es un juego de ganadores o perdedores. Es algo más profundo. Cómo calificamos a nuestros padres y por qué decimos las mismas cosas a su partida, es uno de tantos misterios de los que habríamos podido conversar.
De estar sentados frente a frente, por deporte lo debatiríamos. Yo haría una lista de las razones por las cuales podrías ganarte ese título y te diría que no se me ocurría una sola cosa en la que pudiera superarte. Tu harías un silencio corto y contestarías: “… a mi tampoco”. Luego rematarías con algún otro comentario aún más impredecible, con tiempo perfecto como lo haría un maestro de la comedia y reiríamos juntos una vez más. Con ese humor harías desaparecer cualquier síntoma de innecesaria seriedad y me recordarías que la vida no es una competencia con los demás sino con nosotros mismos.
De ese corazón que era fuente infinita de amor y optimismo aprendimos que en la vida si tienes esas dos cosas, no necesitas mucho más. Tu empatía por los demás y por el mundo era profunda. Tu generosidad ilimitada parecía algo genético, pues lo hacías sin esfuerzo. Tus principios eran claros. Tratabas a todos por igual. Algo que aprendimos de ti y mamá.
Dirían algunos que eras pésimo negociante. Para ti el negocio era bueno si la otra persona ganaba un poquito más que tú en la transacción. Si no, no era buen negocio. Depronto el mundo sería mejor si más personas pensáramos como lo hiciste tú. Con tu ejemplo nos enseñaste que hay cosas con las que no se negocia. Se dan y punto. Para ti esa era una de las claves de la felicidad.
Tus éxitos profesionales fueron de alto nivel, y le serviste a tu país. Ese joven que se iba a pie hasta el colegio y la universidad porque no tenía con qué montarse en un bus, años después recibiría becas, tesis laureadas, y créditos como co-autor en varios escritos con los mejores economistas de su país. Mamá guardaba el ocasional recorte de periódico donde saliera tu nombre y recuerdo uno con tu foto cuando fuiste asesor del Ministro de Agricultura a finales de los años 80. Unos años más tarde, cuando tenía 10 o 11 años, recuerdo ayudarte a corroborar por enésima vez tablas infinitas de números y precios que hacían parte de un trabajo que se convertiría en el Sistema Andino de Franjas de Precios, que aún rige en algunos países. Yo te dictaba números y cifras, y tú verificabas en tus tablas de excel. Fuiste profesor de varias universidades y un experto en café, tierras y agricultura, quizás más debido a tu relación con el campo y la naturaleza que por cualquier otra cosa. Y aún así las estrellas y el espacio no te fueron ajenos. En tu paso como director de un departamento en el Ministerio de Relaciones Exteriores resultaste coordinando el proceso de creación de la Comisión Colombiana del Espacio; apenas un granito de arena en un proyecto que seguramente vivirá por siempre.
Pero tus logros académicos y profesionales fueron solo una nota al pie. Eso no era lo tuyo. Lo tuyo era la vida misma. La naturaleza y su verdor. Los atardeceres desde tu balcón en la zona cafetera. Los pájaros y las flores de todos los colores. El sonido del agua de una quebrada. Un buen aguacero que beneficiara el campo. El conocimiento y sus misterios. El ajedrez. La gente. Tu familia y tus hijos. Pocos pero buenos amigos. Hacer asados con y para ellos. Un buen vino y un “New York Steak” termino medio era una merienda casi perfecta. Y si había postre, mejor. Luego una siesta en la hamaca. El trabajo fue solamente un trámite inevitable que hacías para mantener a tu familia, y para llenarnos de experiencias y oportunidades.
De mi niñez recuerdo que me peinabas antes de irte a trabajar, quizás sabiendo que te heredaría la calvicie y que peinarme era un lujo que no me duraría mucho tiempo. Cuando aún medía menos de un metro de estatura eras tú quien todas las mañanas me lavabas bien las manos y las hacías desaparecer entre las tuyas y la espuma abundante del jabón. Hacías el jugo de naranja. Los domingos salíamos a trotar muy temprano. Al final del ejercicio te veía meditar bajo un árbol por unos minutos. En dias de semana a veces me llevabas a tu oficina y de vez en cuando te cargaba el maletín lleno de papeles.
Nos hicimos compañía hasta el final. Hace dos semanas jugamos la última de cientos de partidas de ajedrez. Ya hacía años habia logrado vencerte pero siempre eran buenas partidas. En medio de ese último juego, te di una pequeña ventaja cuando ignoré uno de tus alfiles desprotegidos. Jamás lo había hecho, pues nos respetábamos como serios contrincantes. Pero ese día fue diferente. Dí papaya, y tú cobraste mi generosidad antideportiva sin titubeos ganando la partida con un ataque magistral. Nuestra revancha estaba programada para el día que te enfermaste, y un texto que decía: “flaco, no me siento muy bien, te llamo mañana para la revancha”, nunca se materializó. Te fuiste ganador final, qué le vamos a hacer. Justicia divina.
En estos últimos años, no era sorpresa llamarte y encontrarte “almorzando con un amigo” en el patio de la casa. Yo te llamaba más tarde y me decías que el amigo era el jardinero. Te habías hecho un sancocho y lo invitaste a comer a él y a su hijo porque había para todos. Ese eras tú siempre. Hace unos días ese mismo jardinero, de nombre Gilberto, me conmovió con sus palabras: “don Yesid me ayudó varias veces; fue un amigo, un hermano, un padre. Él era estricto, pero por su manera de pedir las cosas, yo trabajaba siempre con alegría.” Mis hermanos lo vieron derramar algunas lágrimas de tristeza por tu partida.
Eras certero, sabio, creativo y de un humor fino y mordaz. Bastaba una mirada para saber que se venía una frase legendaria. De la muerte hablamos de vez en cuando, la última vez que te pregunté: Papi, qué crees que hay en el más allá? — me respondiste, “Quien sabe, pero cuando me muera te cuento”. Acá sigo esperando.
Fuiste un maestro en muchas cosas. Me diste clases rápidas de álgebra. Caminamos juntos por Los Andes. Conquistamos Machu-Picchu cuando hicimos “Los Caminos del Inca”. Y con una novia te llevé al Niágara. Paseamos ciudades y parques. Tocamos la guitarra. Buceamos los océanos. Pescamos. Armamos y desarmamos computadores. Coleccionamos botellas de licor en miniatura. Diseñamos y construimos tu última casa. Hace poco controlamos una invasión de hormigas en un palo de mango frente a la sala. Nos quedaban aún varios proyectos, pero no nos quedamos con ganas de nada, excepto más años de vida. Las últimas palabras que me dijiste en un mensaje de voz debieron costarte mucho esfuerzo, pero entre los efectos de la morfina post operatoria y el cansancio, sacaste energía para decirme: “Ojalá vengas, porque tenemos varios proyectos en común, te quiero mucho.” —
Nos introdujiste al mundo de la música clásica, el rock, el bolero, y de repente eras tú quien descubría una nueva canción. Y si la música estaba buena, dabas clase de baile improvisado con estilo propio marcando tendencias familiares. La última vez que lograste pararte de esa cama de hospital que afortunadamente ocupaste muy pocos días, fue para ejercitar un poco las piernas, y lo hiciste bailando cuidadosamente.
Hablando de bailar, hace unos días tu hermana me contaba otra historia que me hacía recordar tu ingenio, cuando en una fiesta de Halloween siendo aún adolescente te apareciste sin disfraz, solamente con un letrero pegado en la espalda que decía: “Se Arrienda”. Dice ella que rumbeaste toda la noche. Genio y recursivo.
Nos explicamos las teorías del tiempo y del espacio. Pretendíamos entender la física cuántica y la espiritualidad. Fantaseamos sobre los alcances de la inteligencia artificial. No hubo tema del que no habláramos, y de lo que no habláramos no era tema. La otra noche para celebrar tu vida y tu pasión por la naturaleza, abrí un vino y proyecté sobre la pared de mi sala un documental de National Geographic que en una época te fascinaban. Al verlo trataba de imaginar que comentarías sobre esos elefantes y leones que filman caminando por las praderas africanas. Y qué pasaba en ese cerebro tuyo que lo veía todo a través de un lente positivo, optimista. Se me mezclaban memorias con preguntas y de repente me eché a reír a carcajadas, las mismas carcajadas que alguien nos dijo haberte visto dando en el más allá, rodeado de luz, un día después de tu partida. Tuviste una gran vida no porque le faltaran dificultades, sino porque tú decidiste ser feliz todos los días, viniera lo que se viniera. Y yo imagino que esa vida completa te hizo reír. Y me reí contigo. Qué mejor filosofía…
Un día de vacaciones te prendí “un porro”, y con una sonrisa disimulada lo pasaste a otra persona en silencio. Al otro día, con algo de resaca, me preguntaste en un tono confidencial, como si se tratara de un secreto de estado: “eso era marihuana?” Yo te respondí con una sonrisa. Nuestra confianza era total.
En otra ocasión, nos fuimos con un telescopio a ver las estrellas lejos de la gran manzana. Te maravillabas con los colores rojos y amarillos del otoño, que te traían recuerdos de tus estudios de posgrado en Boston. Yo manejaba. “No te pases de 80 flaco”, o , “Por favor no mires el paisaje que te estás perdiendo”, me decías con ese sarcasmo musical. No vimos muchas estrellas, prendimos una fogata y disfrutamos de unos tragos y de ese silencio que solo existe lejos de la ciudad.
Con cada uno de mis hermanos y hermanas tuviste tantas o más aventuras únicas como las que recuerdo en esta carta. A todos nos invitaste a soñar y a cumplir esos sueños. Hablar de ti sin hablar de ellos, sería una historia incompleta. Y ni hablar de mamá, tu chelita, a quien sobreviviste algo más de una década. Una noche no hace muchos años escribiste en un texto: “Por qué las lágrimas? dijo el poeta. No sabía que la quería tanto”. Tu partida nos ha hecho recordarlos a los dos. Y cuando miro hacia atrás, veo como ese gran optimismo hacia todas las cosas los unía, fueron la fuerza incontenible y llena de positivismo que llevamos ahora por dentro. En las palabras de ella estabas tú, y en tus palabras estaba ella. Cuando miro hacia adelante, veo en mis hermanos el legado de los dos.
Qué padres pueden decir que tenían médico, maestra, piloto de avión, bióloga marina, arquitecto y quasi-cineasta como sus hijos? Alejandro, Eliana, Nelson, Carolina y yo. Ahora los nuevos huerfanitos. No fue casualidad que alrededor tuyo y de ella se hubieran desarrollado toda suerte de intereses y profesiones. Hace apenas unos días encontré una correo electrónico de mamá que firmaba: “Todo te va a salir bien, porque no hay nada que los hijos de Graciela y Yesid no puedan lograr”. Fueron unos padres increíbles.
Alejo nos ahorró infinitas preguntas con su conocimiento médico y de muchas otras cosas, y su rol de copiloto familiar desde temprana edad no ha sido una tarea menor. Él será un verdadero bastión en tu ausencia. El único que tiene un parecido a ti en sus ojos, para ver más allá de lo evidente. En él y la mona vive tu pensamiento científico.
Fue conversando con él esta madrugada entre lágrimas bien escondidas, que este escrito tuvo que extenderse unas líneas más para recordar lo que hemos sido juntos como familia, ya sea metidos los 7 como sardinas en un volkswagen escarabajo, o viviendo un sueño en alguno de nuestros paseos y aventuras familiares. No me explico cómo ninguno fue un coordinador profesional de eventos.
Alcanzamos a treparnos de a tres, cuatro o cinco en tu espalda de alguna manera, mientras mamá decía: “ — con cuidado, negro”. Pero ya era tarde para detener esa gritería de risas y alegría sobre tu espalda. A veces logramos juntarnos con otras familias, con los tíos y primos, tus hermanos, y amigos. Con ellos las alegrías se multiplicaban. Su amor hacia ti se extendía hacia nosotros.
Desayunar o comer todos juntos era una fiesta (ojo, no hay fiesta sin pelea), y la visita de los amigos era un evento fríamente calculado, asi tuviésemos perros, pájaros, iguana y pollitos corriendo alrededor de la casa. Estar juntos celebrando tenía ambiente de carnaval privado. De chicos, los arboles de navidad parecían a veces centros de donación, 7 veces 6 regalos como mínimo, así fueran de un centavo, dar era lo que inculcaban. Una navidad te escribí una carta, tendría unos 12 años. La leíste y miraste a mamá, a quien tenías bajo el brazo. Se sonrieron y dijiste: “yo sabía que valía la pena”, y me abrazaste con el brazo que tenías libre. Esa navidad cuando abrimos los regalos, encontramos unos sobres con boletos de avión. Habías organizado un viaje inolvidable.
Mi memoria favorita de este club de siete, sería por supuesto en medio de esas mismas vacaciones, corriendo por aeropuertos en manada porque llegábamos siempre sobre la hora. Aquella vez en particular tú y Carolina coincidieron en tener silla de ruedas. Ella por apendicitis y tú por una lesión de ski, en una pendiente que estoy seguro era casi plana pero que recordamos como deporte extremo. Depronto lo hiciste para que ella se sintiera mejor. Entre Alejandro y Nelson se empujaban esas sillas de ruedas a toda velocidad por los corredores de aeropuertos para llegar a tiempo y no perder un vuelo a nuestro siguiente destino. Tantos momentos absurdos y felices a la vez. Hacen que los pocos momentos difíciles, y los dramas y altibajos naturales que tuvimos como cualquier familia, queden en el olvido y como enseñanza.
A pesar de todas nuestras aventuras, desde chicos tú y mamá nos dejaron muy claro que el regalo más grande era estar juntos. Donde fuera, y como fuera. Alejo será tu voz recordándonos lo importante que es mantenernos unidos.
Eliana y Carolina me recuerdan que en nuestras pocas confesiones de aventuras y desventuras amorosas, siempre imperó el respeto por las mujeres bonitas. Perdón, por todas las mujeres! Quizás por eso mis compañeras de vida todas te quisieron tanto. Esas hijas musas de tu inspiración, además de muchas otras cualidades llevan por dentro tu espiritualidad y amor a la naturaleza. En tus ultimas 24 horas, fue una de ellas la que te puso en pie y te hizo bailar una vez más Monkey Dance, tu más reciente canción favorita. Sólo ella habría podido regalarnos y regalarte a ti, esa ultima inyección de vida.
“El gran Nelson”, tu mono, que siempre fue una joya especial de tu corona será un bastión más en tu ausencia. Hasta hace poco aún te alegrabas orgulloso de verlo volar por los aires, gracias a la disciplina y perseverancia que también nos inculcaste. En él viaja por aire y tierra tu inmenso corazón y tu atención por los detalles.
En mí todavía estamos buscando qué dejas pero no encontramos nada, almenos no cosas buenas. Miento. No pude evitarlo. Sembraste en mi un interés por la arquitectura, los libros y la fotografía, que se van convirtiendo en cine. Tu misma curiosidad por todas las cosas que existen me persigue. Y tu humor, es nuestra religión. El regalo más grande fue traerme al mundo y abrir los ojos para encontrarme con seis pares de ojos más, ahí acostados todos en una misma cama, riendo, llorando, peleando y reconciliándose en un ciclo que tal vez se repetía cada 24 horas. Cómo no voy a escribirte algo en tu partida? cuando me diste tanto a través de ellos. Tú lograste que nada nos separara aún cuando nos fuimos a vivir lejos unos de otros, algo que también habías calculado.
No es obvio sobre el papel, pero eras un artista. Uno de mis favoritos. Tu lienzo era la vida y tu obra maestra fue esta familia unida que construiste a pulso y cariño. Pero además, tu pensamiento abstracto, tu talento musical y tu admiración por el arte en general, lo corroboran.
Nunca entendí de donde venía tanta felicidad y tanta paz en tu andar. Ni cómo se mantenían inquebrantables ante cualquier adversidad. Todo era positivo. En todo había una enseñanza. Siempre había una puerta. En alguna de nuestras últimas conversaciones sobre este mundo que a veces parece estar al revés, con sus las guerras, su política y los nuevos medios y las pandemias, me dijiste que creías que todo estaba pasando por una razón positiva que en el largo plazo daría buenos frutos. Ser cínico frente a ti era imposible, y casi siempre sentenciabas tu optimismo con un: “estoy seguro que si, vas a ver !”.
Tenías una energía superior. Tu forma de hablar siempre impecable. Y tu sonrisa siempre auténtica reflejó tu filosofía de vida. Quizás por eso atraías tanta gente buena que fue también parte de tu historia. Entre ellos, a tu amiga Consuelo le tocó la dura tarea de ser quien nos conectara a todos contigo en las primeras horas de tu emergencia médica, y atendió a mis hermanos hasta el último momento con una bondad que jamás podremos pagarle. Tus amigos y sus familias también nos acompañan de corazón para despedirte y recordarte. Nuestros padrinos y madrinas. También tus hermanos y sobrinos a quienes también querías sin medida. Nos enseñaste a ser buenos hermanos dando ejemplo con los tuyos. Siempre hablaste con afecto y orgullo de todos y cada uno de ellos. Y ese amor de ida y vuelta con todo y con todos llegaba hasta tus nietos.
Y así es que te fuiste papá, querido y acompañado por todos. Y en este mar picado que ahora está lleno de olas de tristeza y alegría, me siento muy afortunado de haberte conocido como te conocí. Extraordinario. Incansable. Optimista. Feliz. Y sé que poco a poco ese mar se va a calmar, y tendré la paz que siempre nos transmitiste con tu voz y tus palabras. Estoy seguro que si. Vas a ver !
Y así te voy a recordar. Así te vamos a recordar. Y ese espíritu guerrero que llevaste contigo hasta el último latido de tu corazón y que nos llena de orgullo, lo llevaré conmigo.
Ahora que lo pienso, esa tarjeta de navidad que te escribí a los 12 años, decía en efecto, que eras el mejor papa del mundo. Hoy casi treinta años después, espero no haber sido tan cliché como aquella vez, pero te diría en mi defensa, que aunque sé que no somos seres perfectos, solo me sienta recordar todas estas cosas positivas que te marcaron como ser humano, y no es fácil esquivar las costumbres y las tradiciones, o los clichés, cuando se relata un mito.
Boy did we have a good time. Wow.
Fercho.